Todas las rupturas conllevan un dolor, pero en ocasiones este dolor lo convertimos en una dependencia emocional hacia esa otra persona.
Cortar las relaciones con un amigo, con un miembro de la familia o con la que hasta hoy ha sido tu pareja supone un cambio en tu dinámica de vida que, en la mayor parte de las ocasiones, es lo que más te hace tambalearte y pensar que no vas a tener fuerzas para afrontar esta situación.
Se genera en el momento en que establecemos un vínculo afectivo hacia una persona determinada.
Psicológicamente, desde la infancia, el ser humano necesita cubrir unas necesidades que le harán sentirse una persona completa y plena.
Fue Abraham Maslow quien en 1943 estableció cinco niveles de necesidades en el ser humano, que fueron plasmados en forma de pirámide según si nivel de importancia. Observó que una vez cubiertas las necesidades situadas en el nivel básico se iban generando otras de menor prioridad, aunque no por ello prescindibles.
El “ser completo” se percibe teniendo desarrollados todos los aspectos que se describen en esta pirámide.
Como se puede observar, después de un nivel primario, que se refiere a aspectos puramente fisiológicos o de supervivencia, se describen otros tres niveles que hacen referencia a aspectos primordialmente emocionales y afectivos.
Imagen tomada de: https://tiposde.com.mx
Por naturaleza necesita establecer vínculos afectivos que le permitan sentirse seguro, respetado, reconocido, atractivo sexualmente, aceptado, en definitiva…
Cuando cualquiera de nosotros ponemos un peso especial o nos apoyamos en una determinada persona (externa a nosotros) para desarrollarnos afectivamente y sentir esa seguridad y afecto y, por circunstancias, ese vínculo se deteriora o se rompe, se ven dañados todos los niveles de desarrollo en los que esa persona tenía una influencia o impacto.
Realmente, no es la separación o pérdida de la persona en sí lo que nos conmueve y derrumba nuestros esquemas y nuestra vida.
Siendo realistas y desde una posición adulta, lo que nos aflige y derrota es perder la sensación de afecto, de realización, de intimidad, de protección, de pertenencia, de confianza, de respeto… que nos generaba el vínculo con esa persona (ya sea pareja, amigo, grupo social…).
Por tanto, cuando eso nos sucede requiere de una revisión de los cimientos en los que se apoya nuestra vida.
Invertimos un esfuerzo y una cantidad de energía de la que no disponemos en todo momento, pero que es vital para seguir avanzando en nuestro crecimiento y desarrollo personal reconociendo y reubicando nuestras prioridades.
Toda persona, todo suceso o circunstancia que llega a nuestras vidas tiene como objeto mostrarnos aquellas partes de nuestro yo interno que permanecen ocultas a golpe de vista.
El asumir nuestras necesidades y las dinámicas internas en las que se apoyan nuestras emociones es fundamental para que el vínculo afectivo que establezcamos con los otros sea desde el empoderamiento y no desde la dependencia limitante y malsana.
Escrito por: Paloma Sánchez
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